lunes, 2 de diciembre de 2013

PRÓLOGO



Los días pasaban lentamente, estaba deseosa de que llegara el verano, un verano que estaba lleno de días felices, de viajes, de fiestas.

Todas esas cosas podrían haberse cumplido, pero esa llamada, ese accidente lo cambió todo, cambió mi vida por completo.

Hacía menos de una semana que mis padres tuvieron un accidente de coche, venían de una fiesta organizada por el jefe de mi padre, alguien realmente arisco y prepotente, al cual las fiestas le volvían loco.

Me llamaron justamente a las 4:36 de la mañana preguntando por mi nombre. Ni siquiera me paré a mirar el número, no veía, estaba ya dormida cuando me llamaron. Dijeron que mis padres habían sufrido un grave accidente y a partir de ahí no escuché más, no quería escuchar.

Pasados tres días asistí al entierro, estuvo lleno de lágrimas y llantos, menos por mi parte. Yo me mantuve serena, ni una lágrima, ni un sollozo. Ya no podía llorar más.

Recité unas palabras solo para ellos, solo para aquellas personas que me habían querido tal y como soy, personas las cuales había querido con toda mi alma.

Quedaba una mísera semana para que terminara el curso y me fuera a vivir con mi abuela. Aquella idea en un principio me agradó, ya que necesitaba a alguien cerca, alguien que comprendiera mi dolor. Pero poco a poco me di cuenta de la situación, me mudaría con ella a un pequeño pueblo de Ávila, mientras que yo vivía en Madrid, en el centro.

La idea de despedirme de aquel lugar, donde había crecido, donde estaban todos mis amigos, me desgarraba por dentro.

Aquella semana estuvo llena de despedidas difíciles, abrazos, besos y llantos. Odiaba las despedidas, todos lo sabían, pero no había otra opción.

Todos ellos decían que vendrían a verme, pero sabía que no, que nunca más les volvería a ver.



Creía que aquel verano sería el peor de mi vida, pero lo que no sabía era lo que estaba por venir.

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